Ana es una joven de Ucrania. Recibe 40 llamadas telefónicas al día, de lunes a viernes. De ellas, dos culminan en citas que acaban entre sus sábanas. Encuentros de media hora por los que cobra 120 euros . Dice que sabe lo que hace. Le gusta y, además, que le permite llevar una vida independiente.
Hablamos de una escort de lujo, ucraniana y estudiante que cumplió 20 años en julio del año pasado. Fue en ese momento cuando decidió hacerse escort. Y no le molesta el calificativo "puta": «Es lo que soy» , afirma.
Dos meses después de introducirse en este furtivo mundo comenzó su carrera universitaria. Prefiere no especificar cuál, pero apunta que de la rama de Derecho. Desde entonces lleva una doble vida. ... "Ven a conocerme y seguro que repites", reclama en una página de anuncios.
Ana afirma que más que para pagarse los estudios «es para vivir bien». «Con mi plan –añade– o estudias o trabajas. Las clases son presenciales y si me meto en un supermercado o en una tienda de ropa, tendría que faltar. Además, trabajaría ocho horas por 1300 euros al mes. Con el sexo gano 1.200 en menos de una semanas y así soy mi propia jefa. No me compensa otra cosa. Me saco en medio mes lo que me cuesta un año de carrera».
Su aspecto no denota opulencia ni, por supuesto, que se dedica a la prostitución. Viste jeans y camiseta oscura ancha . Desprende un perfume agradable . «Por supuesto no la utilizo con los hombres. No hay que dejar rastros», confía mientras sorbe un café con leche en una cafetería cercana a su centro de encuentros.
Una gran parte de esas mujeres ya no se anuncian como prostitutas, sino como "amigas", "masajistas" o "escorts de lujo". Tampoco publican fotografías sugerentes y con poca ropa como en las míticas páginas. Lo hacen vestidas, sin especificar servicios ni precios y a través de nuevas webs que han visto modificados sus nombres para conseguir burlar la nueva normativa impulsada por el Ministerio de Igualdad.
Pero la verdadera realidad es que no solo tratan de aferrarse a la legalidad, sino que también continúan publicitando su actividad de forma clandestina. La única forma, aseguran ellas mismas, de conseguir clientes a través de grupos surgidos en redes sociales como Telegram o Instagram.
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